Al menos un medio de comunicación ha reflejado últimamente una idea que lleva algunos meses entrando y saliendo de la Consejería de Educación: «El Gobierno andaluz presentó el pasado martes a los sindicatos en la mesa sectorial tres borradores en los que se recogen los estándares de buenas prácticas para la función docente y de excelencia para los centros educativos andaluces (…) «
La idea es clasificar, voluntariamente, al profesorado en cuatro categorías: competente, avanzado, experto, y excelente. Algunos miembros de mi Timeline en Twitter han participado, y sé que la intención de la Consejería es evaluar para mejorar y todo eso. Mi más sincero respeto a las intenciones no así a los resultados. Creo, modestamente, que ése no es el camino. No ganamos nada clasificando personas, es mucho mejor clasificar o evaluar lo que hacen. La distinción no es trivial. Si entramos en un centro repartiendo etiquetas (aunque sea de forma voluntaria) a profesores, no vamos a conseguir lo que pretendemos; como mínimo conseguiremos irritar a un sector bastante mal tratado los últimos meses por motivos conocidos, al que echamos encima una evaluación personal que siempre es discutible por mucho que nos esforcemos en la exposición de sus criterios.
Argumento con un ejemplo. Es posible que yo no sea un profesor excelente, ni experto, ni siquiera avanzado; sin embargo, puede ocurrir que tenga sensibilidad para un tema, que me sienta especialmente inspirado y trabajador en el mismo; impulsado por ello, es posible que dedique bastante más que las horas semanales que la normativa exige, y acabe elaborando un buen recurso para mis alumnos, tan bueno que merezca la etiqueta de excelente. Sin embargo, si sólo tengo un recurso, probablemente mi calificación como docente no pase de competente y mi trabajo quede enterrado en la invisibilidad de miles de profesores, alumnos y centros. Si reserváramos las etiquetas, incluso estas mismas, para los recursos y no para las personas, esto cambiaría.
Imaginemos que tenemos un buen sitio virtual donde especialistas recogen y ordenan las buenas prácticas, planificando y orientado por criterios estratégicos de la Consejería de Educación. En en ese caso la buena práctica descrita ya no se perdería y sería fácilmente estudiada por cualquier docente buscador de nuevas historias donde inspirarse. ¿Por qué etiquetar buenas prácticas en lugar de profesores/as? Porque evitamos el agravio comparativo entre profesorado y salvamos la invisibilidad de los buenos recursos.
¿Y la teoría de que no hay que tratar a todo el profesor por igual, que hay que premiar el mérito, etc? Cuando tenemos un cierto número de recursos ‘excelentes’ donde interviene un mismo profesor, parece que estamos ante un profesor excelente pero… ¿ganamos algo clasificándolo-evaluándolo como ‘excelente’? Nada a mi parecer. Trabajé 8 años como asesor de formación intentando contratar docentes por su iniciativa e innovación en las aulas. Uno de los premios más agradecidos es precisamente eso: poder actuar como ponentes, ser invitado a Congresos, a Jornadas técnicas donde se escucha su opinión; no en vano, ser reconocido por nuestros iguales es uno de los valores emocionales más estimulantes para un profesional, Creo que gran parte del éxito de Twitter entre los docentes es precisamente ese ánimo recíproco cuando alguien muestra una idea, un recurso, una aplicación, etc. Reconozco la buena intención, pero duele ver la gran cantidad de energía y recursos empleados por la Consejería de Educación en ‘momificar’ la acción docente mediante decenas de categorías, subcategorías y rangos… y mientras tanto no hay un sitio oficial donde buscar buenos recursos, prácticas, etc. Detrás de las acciones en el aula hay docentes; una vez que sus buenas prácticas tengan visibilidad oficial, el resto vendrá por sí solo. Le podemos añadir algunos premios (escasos y poco dotados en la actualidad), alguna reducción de horario temporal cuando la coyuntura económica lo permita (estilo lo que se hizo en Extremadura), algún proyecto innovador, etc ; con todo ello, nos podemos ahorrar el tema de las clasificaciones del profesorado y pronto tendremos una buena lista del 20% más innovador en la región; si añadimos algo de minería de datos mediante redes sociales creo que no escapará ninguna innovación que valga la pena. ¿Hay que castigar al resto con un ‘no excelente’ disfrazado de cualquier otra etiqueta? ¿acabaremos nombrando ‘profe del mes’ como el ‘empleado del mes’ de las hamburgueserías? Creo que es inútil. La actividad docente no es tan distinta a cualquier otra actividad humana. Se aprende, entre otros muchos factores, por imitación. Cuando tengamos un 20% del profesorado motivado (no por un ranking) esto puede contagiar a un buen número de docentes y, por esta vía, se mejora el total del sistema educativo.
¿Quiere la administración educativa más innovación en sus centros? Puede mirar en los equipos directivos, que tire de base de datos y saque cuántos llevan más de 12 años; imponga normativamente el in/out del aula a muchos cargos; puede incluir en esta estrategia a personal de las delegaciones provinciales, Agencia de Evaluación, etc. Cambie todo esto y estará refrescando el sistema educativo sin gastar un euro. ¿Aún mas innovación? pruebe con fórmulas distintas y todos nos podemos sorprender de los resultados. Los tiempos de crisis son adecuados para grandes cambios, porque existe una necesidad de acción que justifica un nueva perspectiva.
Resumiendo en una línea: no clasifiquemos a los docentes, clasifiquemos sus buenas prácticas.
Propuesta #noRankEducativo
4 marzo, 2013 a las 19:55
Nunca me ha parecido buena idea clasificar a las personas en ningún ámbito, ni profesional ni de ningún otro tipo. Y como bien dices desde una perspectiva práctica no tengo claro qué se consigue con un ránking de docentes. Si lo que se pretende es mejorar la calidad del sistema educativo me parece más útil identificar buenas prácticas y presentarlas a la comunidad para que sirvan de referencia; muchos docentes aprendemos gracias a ellas.
Muy oportuna la reflexión, Esteban.